Un Long Dimanche de Fiançailles
Ayer domingo y como era prometido, fui a ver Largo domingo de noviazgo – Un Long Dimanche de Fiançailles. QuerÃa ir el dÃa del estreno pero con los carnavales me fue imposible, además me tenÃa que poner de acuerdo con la persona que lo tenÃa pactado.

¿Qué decir?. Otra maravilla de Jean Pierre Jeunet. Ya me conquistó desde los tÃtulos de crédito de Delicatessen, la primera de sus pelÃculas que vi, después vendrÃa la ciudad de los niños perdidos, alÃen IV y Amèlie, que la considero una de las obras maestras de este siglo XXI ya se que solo pasaron cinco años pero es de lo mejor que se ha hecho a mi entender.
Desde el comienzo al fin las imágenes te atrapan, la fotografÃa es sublime y la historia un cuento a la esperanza y eso que está basada dentro de la guerra. No lo puedo remediar pero desde que empezó la pelÃcula me quedé atrapado en la historia.
- El argumento: toda la pelÃcula es una búsqueda.
- En el reparto se repiten muchos de los de Amélie
- Audrey Tatou, que hacÃa de Amélie
- Dominique Pinon, Joseph, el amante celoso de la grabadora.
- Urbain Cancelier, el que hacÃa de Collignon, el frutero.
- Michel Robin, el padre de Collignon.
- Rufus, el padre de Amélie.
- Tiky Holgado, el hombre dentro de una fotografÃa que hablaba (en el fotomatón). A qué tiene un papel más importante.
- El montaje y la fotografÃa, magnÃficos en Amélie, son similares. De hecho, los responsables son los mismos: Hervé Schneid y Bruno Delbonnel.
Pero ojo, esto no es Amélie. A pesar de todas estas similitudes, no estamos en aquel ParÃs idealizado, sino en plena 1ª Guerra Mundial, con el barro hasta la rodilla. En algunas fases, es verdaderamente dura.
Es de esas pelÃculas llenas de detalles que se te escapan la primera vez y que -seguro volverán a sorprenderte la segunda.
P.D. Jean Pierre Jeunet Es un mago y un genio del celuloide.
Un Long Dimanche de Fiançailles
Cuando a inicios de los noventa Jean Pierre Jeunet leyó la novela de Sébastien Japrisot Un long Dimanche de Fiançailles (1991), sintió una inmediata fascinación por ella, atracción que se convirtió rápidamente en firme deseo por llevar a la pantalla la historia de este escritor francés, un autor que por lo demás era ya sobradamente conocido, no sólo en el ámbito literario, sino asimismo en el cinematográfico. Jean-Baptiste Rossi (verdadero nombre de Sébastien Japrisot, seudónimo y anagrama del escritor) estuvo vinculado a lo largo de toda su vida y su obra al mundo del cine.
Habiendo ya colaborado en su juventud como guionista al lado de directores de la talla de Jean Renoir o Marcel Ophüls, sus novelas fueron más tarde llevadas al cine en multitud de ocasiones y de la mano de diversos realizadores, entre otros, Constantin Costa-Gavras (Compartiment Tueurs, 1965), André Cayatte (Piège pour Cendrillon, 1965) o Anatole Litvak ( La Dame dans l’auto avec des lunettes et un fusil, 1970).
El mismo Japrisot llegó a dirigir incluso dos largometrajes, Les Mal Partis (1976) y Juillet en Septembre (1988); pero este autor prefirió siempre la libertad que le proporcionaba la escritura antes que la presión y el sometimiento al reloj que impone el medio fÃlmico. Japrisot escribÃa novelas policÃacas, pero más que entretener con las pesquisas detectivescas de sus personajes, lo que a este autor realmente le interesaba era indagar en el interior de éstos y desgranar los entresijos de sus pensamientos y emociones, configurando asà unas obras cargadas de un alto contenido humano y psicológico.
Esto es de hecho lo que sucede en Un long dimanche de fiançailles (Largo domingo de noviazgo, en adelante), y lo que de seguro atrajo inmediatamente a Jeunet, además de a todos los lectores que, como él, nos hemos visto seducidos, no sólo por la historia de la joven Mathilde, sino aún en mayor medida, por Mathilde misma.
Quien diga que este libro parece ser escrito para el lucimiento de la que es ciertamente una original narrativa y de los mecanismos literarios con los que juega el escritor, se queda flotando en la superficie de un contenido profundo e interesante, dejándose engañar por un dicho sea de paso, magnÃfico ejercicio de virtuosismo narrativo que esconde realmente su sentido en una historia y unos personajes aún más virtuosos.

La historia de Largo domingo de noviazgo , es la de una investigación, la que emprende la joven Mathilde Donnay (Audrey Tatou en el filme) en busca de su novio Manech (Gaspard Ulliel), dado por muerto en el frente del Somme en 1917, durante la Primera Guerra Mundial. Mathilde, pese a la falta absoluta de indicios al respecto, siente que Manech aún vive, y decide seguir ciegamente su intuición, basándose tan sólo en su firme convencimiento de que si Manech estuviera muerto, ella lo sabrÃa …
El personaje de Mathilde es el centro de la historia, pero no es de hecho el único punto de interés del relato. Largo domingo de noviazgo habla sobre la dureza de la guerra y sobre la pérdida de identidad que esta provoca en aquellos que en ella combaten, asà como de la impotencia y el dolor de los que esperan en sus hogares el regreso de los que, pese a conseguir en algún caso volver con vida, mueren también de alguna manera en el campo de batalla.
La vida de estos hombres y mujeres se ve aniquilada por completo, su existencia sufre un paréntesis agónico en el que el mayor sufrimiento viene dado por la aceptación resignada de la muerte cuando esta es tan probable como incierta, cuando la única seña de identidad se asienta en un número grabado en una placa ligada al cuello de un cadáver ya irreconocible, tan anónimo como el de cualquier otro hombre que cede su vida a una honorable misión de sentido incomprensible.
La Primera Guerra Mundial es un perÃodo oscuro en nuestra historia, un vacÃo de muertes y destrucción del que astutamente se encargaron algunos de vetar un documento gráfico que es asà prácticamente inexistente. Por ello hay muy pocas obras que hablen sobre el tema, y por eso también resulta en el recuerdo un tema tan enigmático como escalofriante.
La Primera Gran Guerra fue la guerra de las trincheras, del combate cuerpo a cuerpo con fusiles, bayonetas y granadas de mano, un conflicto en el que, como en todas las guerras, la valentÃa y el coraje se vivió ante todo de puertas para adentro, en el esfuerzo de los soldados por mantenerse Ãntegros entre tanto sufrimiento sin sentido, y en la agonÃa diaria de los familiares que no pueden hacer más que esperar y desear que el correo tenga un único remitente.
La historia de Japrisot/Jeunet habla sobre las diferentes guerras que genera un mismo conflicto, la de los hombres que esconden aterrados la cabeza bajo sus manos entre el estruendo de las bombas que caen a su alrededor, la de las familias que los esperan rezando por ellos, y también la guerra de aquellos que deciden la suerte de ambos, una guerra sobre el tablero en la que los soldados son sólo números a quienes hay que aleccionar si no cumplen ejemplarmente con sus cometidos.
Este ya fue el tema de Senderos de Gloria (Stanley Kubrick, 1957), y por eso ambos filmes han sido irremediablemente comparados. Pero en el tema y el contexto finalizan las coincidencias, ya que lo que en el filme de Kubrick era el centro de la trama , es en Largo domingo de noviazgo tan sólo el pretexto para lo que, como ya se ha dicho, es más una reflexión sobre las consecuencias de la guerra que sobre la guerra misma.

Manech es uno de cinco soldados que, juzgados por auto mutilación voluntaria —se hieren en una mano para librarse de la guerra y regresar a sus hogares— son condenados por los altos estamentos del ejército francés a la pena de muerte, consistente esta en el abandono de estos hombres, maniatados y desarmados, en la zona entre trincheras denominada «la tierra de nadie», a la espera de que el frÃo o el enemigo acaben con sus vidas.
Toda la búsqueda de Mathilde se centrará en averiguar qué sucedió exactamente con estos cinco hombres, y cada nueva pista le llevará a dar con la historia de cada uno de ellos, las personas que los quisieron y que ahora sufren sus ausencias, cinco vidas ligadas por azar entre tantos dramas de los que sufrieron la guerra.
Jean-Pierre Jeunet dio con la actriz ideal para el personaje de Mathilde mientras rodaba Amélie (Le fabuleux destin d’Amélie Poulain, 2001). Habiendo pensado en un inicio en Juliette Binoche para el papel, Audrey Tautou fue inmediatamente la actriz escogida por el realizador francés para interpretar a Mathilde. Pero el hecho de que el personaje de Amélie Poulain tuviera tanto éxito y reconocimiento popular, unido a que el particular estilo visual de Jeunet es inconfundible en ambas obras (¿desde cuándo imprimir un estilo propio es considerado como algo negativo?) ha jugado en contra de la aceptación del público hacia este nuevo personaje.
El filme de Jeunet ha sido injustamente a mi entender tildado de reiterativo respecto a su obra precedente, una reiteración que probablemente no hubiera sido remarcada como negativa si la actriz escogida hubiera sido otra. Está claro que el estilo del realizador destila de cada uno de los planos del filme, pero de ahà a afirmar que ambas pelÃculas son casi lo mismo, media efectivamente un abismo.
Quizás quienes identifican a Amélie con Mathilde no hayan hecho el esfuerzo de diferenciar ambos personajes, ya sea porque el primero de ellos tiene efectivamente una fuerte identificación con la actriz que lo interpreta, o quizás también porque se ha partido del prejuicio de que la misma actriz con el mismo realizador sólo puede crear un personaje ya existente (habrÃa que ver Qué se opina al respecto sobre los «matrimonios» artÃsticos entre muchos realizadores y sus actores fetiche…).
Lo cierto es que Mathilde es un personaje muy del estilo de Jeunet, pero esto no la convierte en la doble de su hermanastra parisina. Jeunet no ha inventado el personaje, sino que este estaba ya desarrollado como tal en la novela de Japrisot. Mathilde es una joven introvertida y de carácter bastante malhumorado que ha vivido ya suficientes desgracias como para aceptar fácilmente otra más.
Jeunet no modificó el personaje, sino sólo algunas de las situaciones vividas por la joven que servÃan mejor al desarrollo dramático de la narración. asÃ, la Mathilde literaria no sufre una cojera producto de la polio, como le sucede a su homónima cinematográfica, sino que su estado le impide incorporarse de la silla de ruedas en la que vive postrada, siendo por tanto su invalidez mucho más grave de lo que en la pelÃcula se muestra.
Por contra, y para compensar este «ablandamiento» del personaje otorgado por la adaptación cinematográfica, Jeunet y Laurant decidieron otorgar a su Mathilde una infancia marcada por la muerte de sus padres, una muerte que no existÃa en la novela y que dota al personaje fÃlmico de una carga dramática muy coherente con la tozuda obstinación que empuja a la joven a no aceptar fácilmente la muerte de su prometido.
Mathilde sufre interiormente el dolor de ver perder una a una las esperanzas de encontrar a Manech con vida, unas esperanzas impuestas por sà misma para no afrontar de nuevo la pérdida de lo que más ama. Mathilde se esfuerza por no abandonarse al llanto, puesto que éste sólo serÃa una concesión a una autocompasión de la que siempre ha huido.
Jeunet conoce a la perfección este rasgo de su personaje, y por ello los momentos de mayor dramatismo son rodados de acuerdo a este hecho, como el momento en el que Sylvain (Dominique Pinon) de regreso en coche junto a Mathilde, insta a esta a desatar su llanto sin conseguirlo, o la utilización del contraluz en los momentos de máxima algidez dramática, como el fantástico plano en el que Mathilde recibe al teléfono la noticia del hallazgo de las cinco tumbas, momento en el que su expresión es ocultada por la ausencia de luz en el primer término, o el clÃmax final en el que Mathilde recorre lentamente el pasillo de la casa de Jean DeRochelles, punto culminante en la curva dramática del personaje y que es mostrado a distancia y siguiendo a la joven en contraluz, para impedir llegar, como sucede a lo largo de todo el filme, al hermético corazón de Mathilde.
Un largo domingo de noviazgo es una historia de emoción contenida, pero no sólo por parte de Mathilde, sino también del resto de personajes que, como ella, sufren la pérdida de sus seres queridos. asÃ, esta voluntaria ausencia de emotividad no es un fallo del guión, como algunos han pretendido, sino una parte importante del desarrollo dramático y del mensaje de la pelÃcula se traslada de hecho a otros personajes, de entre los que el mayor peso dramático se destina a Tina Lombardi (magnÃfica Marion Cotillard) una prostituta que decide vengarse por la muerte de su amado Ange Bassignano (Dominique Bettenfeld), a Elodie Gordes (Jodie Foster en la mejor interpretación del filme), la mujer del caporal del ejército Benjamin Gordes (Jean-Pierre Darroussin), amigo éste de uno de los condenados, Bastoche (Jeremy Kircher), y a los condenados mismos, siendo los otros dos el llamado Six-Soux (Denis Lavant) y Benoît Notre-Dame (Clovis Cornillac).
Jean-Pierre Jeunet ha conseguido imprimir a su última obra su inconfundible estilo personal, sin renunciar por ello al espÃritu de la novela. La introducción o exageración de elementos humorÃsticos consigue en todo caso reforzar la historia, y casi en ningún momento enturbia el verdadero sentido trágico que posee el relato, todo lo más, consigue complementarlo en la mayorÃa de ocasiones de manera loable.
Este humor, aunque más sutil, ya estaba presente en la obra de Japrisot, y serÃa un error atribuirlo en su totalidad al trabajo de Jeunet. Sin embargo, el francés consigue desarrollar estos elementos de distensión muy acertadamente en la mayorÃa de casos, como en el de de los personajes del cartero (Jean-Paul Rouge), inventado por Jeunet y uno de los logros del filme, el detective Germain Pire (Ticky Holgado), o los tÃos de Mathilde, Silvain y Bénedicte (Chantal Neuwirth). No obstante, hay que reconocer que en algún caso este humor es injustificado y gratuito, y el tratamiento que recibe algún personaje no es nada acertado me refiero al comandante Lavrouye, interpretado por un histriónico Jean-Claude Dreyfuss.
Humor a parte, Jeunet incorpora al relato otras situaciones que consiguen aumentar y mejorar el dramatismo, como las localizaciones en las que los dos jóvenes viven su historia de amor: el campanario de la iglesia del pueblo en la que Manech grabará «MMM» (Mathilde «aime» Manech o a la inversa) o el bellÃsimo faro del pueblo en el que viven, un paraje precioso en la costa de la Bretaña francesa, escenario de una de las secuencias más espectaculares de todo el filme, la vista aérea sobre el faro, un plano que bien podrÃa ser el punto de vista subjetivo de un albatros que sobrevuela el sitio y que tiene un protagonismo dramático muy importante dentro del relato (Manech es alcanzado durante la guerra por los disparos efectuados desde un «Albatros», un tipo de avión de las tropas alemanas).
Jeunet es un cineasta, como él mismo reconoce, muy dado a poetizar mediante el tratamiento de las imágenes el sentido del relato. Su puesta en escena es meticulosamente cuidada hasta el mÃnimo detalle, como lo demuestra el excelente trabajo de diseño de producción llevado a cabo por su colaboradora Aline Bonetto quien recrea un ParÃs de la época bellÃsimo pese al contexto en el que se desarrolla la historia y que bien le ha merecido la nominación al óscar en esta categorÃa. Jeunet da mucha importancia en su obra a los objetos, y esto era de hecho uno de los elementos cruciales de la puesta en escena tanto de Amélie , como de Delicatessen (1991).
En este caso, además, los objetos forman parte importante del relato. asÃ, la historia de Mathilde se va construyendo poco a poco en los recuerdos que ella guarda en su caja de nácar: las cartas, las fotografÃas, el cartel del nombre de la trinchera, «Bingo Crépuscule»… además de otros objetos que tendrán una importancia capital en el desarrollo del argumento, como las botas que Bastoche roba al alemán, el guante rojo con el que Manech se protege la mano, el hilo telefónico que podrÃa traer la salvación de los condenados, etc. Jeunet añade además otros elementos que cargan de un simbolismo evidente el relato, como el cuerpo sin vida de un caballo colgando de un árbol, o el Cristo mutilado que pende de una cruz en el plano que abre el filme, elementos casi surrealistas extraÃdos por el director de algunas de las fotografÃas que se conservan de la contienda.