Las matrioskas son unas muñecas tradicionales rusas que se caracterizan por estar huecas y contener en su interior otras muñecas más pequeñas, hasta llegar a la última, que suele ser un bebé. Su nombre proviene de Matriona, un nombre femenino popular en la Rusia rural del siglo XIX, que a su vez deriva de la palabra latina «mater», que significa madre.
Las matrioskas se crearon en 1890 por el pintor Serguéi Maliutin y el tallador Vasili Zviózdochkin, inspirados por unas muñecas japonesas que representaban a los siete dioses de la fortuna. La primera matrioska consistía en ocho muñecas que alternaban entre niño y niña, siendo la más grande una niña con un delantal y un pañuelo en la cabeza, típico de las campesinas rusas.
Las matrioskas simbolizan la maternidad, la fertilidad, la unión familiar y la tierra rusa. Cada muñeca representa a una generación de mujeres que dan vida a otras mujeres, creando un vínculo de amor y protección. Además, las matrioskas reflejan la diversidad y la riqueza de la cultura rusa, ya que se pueden encontrar de diferentes estilos, colores y motivos, desde los más tradicionales hasta los más modernos y originales.
Las matrioskas también tienen un parecido con el efecto droste, que es un fenómeno visual en el que una imagen contiene una versión más pequeña de sí misma, que a su vez contiene otra versión más pequeña, y así sucesivamente. Este efecto crea una sensación de infinitud y de recursividad, como si la imagen se repitiera eternamente. El efecto droste se puede observar en algunas obras de arte, como el cuadro «La mano con el ojo que ve” de Escher o el logo de la marca de cacao Droste.
Las matrioskas son mucho más que unas simples muñecas. Son un símbolo de la identidad rusa, de su historia, de su arte y de su espiritualidad. Son también una metáfora de nuestro ser interior, que alberga múltiples facetas y dimensiones. Las matrioskas nos invitan a explorar nuestra esencia y a descubrir lo que hay dentro de nosotros mismos.